El fallecimiento de Jesús Israel, estudiante de 16 años del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur de la UNAM, marcó profundamente a la comunidad universitaria y a la sociedad mexicana. El joven fue atacado con un arma blanca dentro del plantel el pasado lunes, en un hecho que dejó además a un trabajador lesionado y que terminó con la detención del presunto agresor, Lex Ashton de 19 años.
El caso ha encendido alertas no solo por la violencia del ataque, sino también por los posibles vínculos del agresor con comunidades virtuales que difunden discursos de odio y glorifican actos violentos. Estas redes, conocidas como “incels”, han estado relacionadas con agresiones en otros países y se asocian con altos niveles de soledad, depresión y pensamientos suicidas entre sus miembros.
La conmoción llevó a estudiantes, docentes y familiares a pronunciarse en manifestaciones y espacios de reflexión. Las demandas se centran en dos puntos clave: reforzar la seguridad en los planteles y dar atención seria y sostenida a la salud mental de adolescentes y jóvenes, quienes muchas veces enfrentan aislamiento, violencia y falta de acompañamiento.
Especialistas y organizaciones, como la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), han subrayado que la tragedia es un reflejo de una deuda social: la ausencia de políticas efectivas de prevención y apoyo emocional en las escuelas. Advirtieron que no basta con endurecer la vigilancia, sino que se requiere construir entornos donde los jóvenes puedan expresarse, encontrar escucha y sentirse parte de una comunidad segura.
Lo sucedido en el Colegio de Ciencias y Humanidades Sur deja una lección urgente: las escuelas deben ser espacios de paz y cuidado, donde además del aprendizaje académico se atienda la dimensión emocional de los estudiantes. La vida de Jesús Israel, y el dolor de su familia y compañeros, recuerdan la necesidad de mirar de frente el problema y trabajar de manera conjunta para que hechos así no se repitan.
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