Son menores de edad, pero ya tienen una idea muy clara de qué es la corrupción: en sus prepas, maestros les venden calificaciones… o las intercambian por botellas de whisky, corbatas de marca, desayunos y más.
Esta es la segunda parte del reportaje de México.com que agrupa 66 testimonios, en audio o escritos, de alumnos de dos planteles públicos y dos privados en distintos puntos de Ciudad de México: Huayamilpas, Ciudad Universitaria, Lomas de Vista Hermosa y Atizapán (Edomex), sobre los problemas que enfrentan estudiantes , cuyos nombres reales fueron cambiados como medida de protección para los menores.
Primera parte: Entre acoso sexual y corrupción: así es estudiar la prepa en la CDMX
En hojas de papel, los jóvenes esbozaron su concepto de corrupción: cuando alguien que tiene un puesto elevado se aprovecha para pedir algo a cambio / Es sobornar / Es cuando una persona está desesperada o metida en un problema y busca salir de manera fácil / En México nunca va a acabar porque es algo que viene desde las más altas autoridades y de ahí para las de poco nivel.
Y este es un problema generalizado en nuestro país: México ocupa el primer lugar de la región en pago de sobornos y/o entrega de regalos o favores a docentes o funcionarios escolares, de acuerdo con el más reciente estudio (2017) de Transparencia Internacional, Las personas y la corrupción: América Latina y el Caribe.
“Cuando en los colegios en los que se están formando los jóvenes mexicanos hay ambientes corruptos y de ilegalidad, en lugar de construir sociedades de valores, de derecho y democráticas, estamos construyendo espacios para seguir reproduciendo la descomposición y la deshonestidad”, alerta Mónica Yerena, directora de la asociación Educadys, dedicada a impartir talleres para la formación de menores con un enfoque de derechos humanos.
México.com
Un problema ‘invisible’
Entre escasas denuncias oficiales, la corrupción a nivel escolar oculta una cifra negra.
Sin embargo, información obtenida por México.com vía Transparencia arroja un panorama sobre la problemática en Colegios de Bachilleres, un sistema dependiente de la SEP con 90 mil estudiantes en 20 planteles.
Entre 2007 y 2018, registraron 116 casos ligados a actos ilegales, la mayoría por acoso sexual (44 por ciento), seguido de la venta de calificaciones (17 por ciento), venta de materiales para la clase (12 por ciento) y aumento de calificaciones condicionado a la asistencia a obras de teatro (12 por ciento).
El 60 por ciento de las denuncias de todo tipo se concentra en tres planteles: el 5 “Satélite” (35 casos), el 7 “Iztapalapa” (21 casos) y el 10 “Aeropuerto” (14 casos).
Por otro lado, en las preparatorias dependientes de la UNAM, el número de quejas en los registros oficiales es prácticamente inexistente.
En ninguno de los cinco planteles del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) se tienen denuncias por actos de corrupción, y solo en dos de las nueve escuelas preparatorias —la 5 “José Vasconcelos” y la 7 “Ezequiel A. Chávez”— se reportaron nueve casos de venta de calificaciones, compra de libros de autoría del profesor o la asistencia a eventos privados para pasar las materias.
Un vistazo a la corrupción en Bachilleres
Los salones de clase del Colegio de Bachilleres 17, en Huayamilpas, son totalmente grises, tienen bancas gastadas y ventanas pequeñas. En cada aula hay alrededor de 50 alumnos, y en los recreos, los chicos suelen reunirse alrededor de una canasta de basquetbol. En ese plantel estudian 2 mil 700 estudiantes divididos en dos turnos: matutino y vespertino.
Ahí, el lingüista José Coronado impartió clases durante tres años. Un día, agobiado por lo que veía en el día a día, decidió tener una plática franca con sus alumnos, quienes le tuvieron suficiente confianza para llevar a cabo el ejercicio que les propuso: escribir un breve ensayo para exponer los problemas de corrupción que enfrentaban en el colegio y posteriormente grabarlo en audio. El resultado fue más grave de lo que esperaba.
“Tú, como profesor, puedes moldearlos a tener un pensamiento crítico hacia una cultura de corrupción. Pero me interesaba, sobre todo, darles voz”, dice Coronado. “No me importa lo que digan los que están en contra del documental dentro del plantel. Lo que me interesaba es que los alumnos se dieran cuenta de la gravedad del asunto; que hubiera un documento, un antecedente sobre lo que pasa ahí. Y que tal vez puedan cambiar las cosas”.
El documental sonoro solo se transmitió una vez, en la estación radiofónica Ibero 90.9, y cuando lo escuchó el director del Colegio, Luis Roberto Carrillo Hidalgo, le pidió al profesor que le dijera el nombre de cada alumno que había participado, pero él se negó. “Es la peor cosa que me han dicho en mi vida”, lamenta.
El director reconoce en entrevista que pidió los nombres, pero asegura que lo hizo para “respaldarlos y alentarlos” a denunciar.
Hoy, José Coronado ya no da clases ahí, pero sigue preocupado por los estudiantes. “No es cualquier cosa que vayas a la escuela (como alumno) y te sientas incómodo en tu propio salón. Que tengas miedo; y yo los oía decir esas cosas entre ellos”.
Dos años después del documental, México.com acudió al mismo plantel y constató, a través del testimonio de decenas de alumnos, que las cosas no han cambiado.
“En el colegio de bachilleres hay mucha corrupción por parte de todo el personal, desde el director hasta los maestros, alumnos, policías que cuidan la puerta y que por tan solo 5 o 10 pesos te dejan salir de la institución, cuando se supone que es bachilleres a puerta cerrada”, nos dice Roberto, un estudiante de 16 años.
La corrupción se vive “de una y mil maneras”, dice Lucía: “que le paguen a los profes para pasar la materia. Que le pagues al policía para que te deje salir. Tengo un compañero que por pasar la clase de Educación Física le pagó 150 pesos al profesor. A una chica del mismo semestre un profesor le pidió fotos atrevidas para pasarla”.
Alejandro tiene 17 años y es uno de los chicos más populares del salón, todos parecen seguirlo. Habla sobre el maestro de Educación Física que pide entre 150 y 200 pesos para pasarlos; mientras Nicolás no entiende cómo hay compañeros que pasan las materias si ni siquiera asisten a las clases o entregan las tareas. “Debe ser que les pagaban a los maestros para que les pongan buena calificación”, comenta indignado.
Luis Roberto Carrillo Hidalgo, director del bachiller 17 desde hace dos años, y Francisco Cruz Gómez, coordinador de Zona Sur de Bachilleres, reconocen que existe un problema.
La cuestión —dice el abogado general de Bachilleres, José Noel Pablo Tenorio— “es que es difícil que los jóvenes denuncien, y de ahí el problema de la impunidad (…) no sabemos de qué tamaño es el problema porque carecemos de elementos. Pueden ser suposiciones (lo que te dicen los alumnos en las entrevistas), sin embargo la realidad, lo real, es lo que se denuncia”, argumenta.
El colegio, aseguran los funcionarios escolares, “reprueba y condena cualquier acto de corrupción y de acoso”, y cuenta con protocolos de actuación.
Entre los testimonios que recabamos, ningún estudiante mencionó la aplicación de protocolos ni sanciones.
México.com
La escuela es un reflejo social
Desde pequeños, nos forman culturalmente con la historia del niño que le lleva una manzana al profesor, “y desde ese momento se está normalizando este intercambio de bienes y servicios, en el que tratan mejor al que lleva los regalos”, expone Juan Martín Pérez García, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), quien lleva trabajando en temas de adolescencia e infancia desde 1994.
Los adolescentes —aclara— no son culpables, son simplemente las víctimas de un sistema educativo que no está haciendo del todo bien su tarea, ya que es responsabilidad absoluta de la escuela, como institución, proteger la integridad y la seguridad de los estudiantes. Un segundo grado de responsabilidad es de los adultos como profesores y prefectos; y ya en un tercer grado está la responsabilidad de los propios alumnos.
Es decir, aunque pareciera que los menores entran al círculo vicioso ofreciendo dinero por iniciativa propia, en realidad no lo es: “¿cómo sabe el alumno que esa autoridad responde a una botella de whisky o a un billete de 200 pesos? E incluso, considerando que algún adolescente proactivo se quiera ahorrar unas cuantas horas o tareas, y busca al profesor indicado, la carga de responsabilidad siempre va a estar en el adulto o en la institución”, enfatiza Pérez García.
Cuando se es estudiante, “la centralidad de tu vida y la exigencia de tu entorno está en la calificación, y tu única obligación es estudiar, y eso se demuestra con calificaciones (…) entonces si en el entorno en que te desarrollas es factible resolver las cosas de esa manera, pues ellos responden al ambiente y aprenden. Si aunado a ello hay un entorno familiar en el que también se aprenden esas conductas, la situación es más propicia”, agrega el director de Redim.
Mónica Yerena, directora de Educadys, advierte que “la escuela no es un espacio aislado, sino que representa lo que ocurre en la sociedad”. Los niños y adolescentes reproducen lo que ven y aprenden de sus padres y de sus profesores, agrega.
Ambos expertos coinciden en la importancia de que haya un código ético dentro de cada sistema educativo y colegio, ya sea público o privado, y que se atienda cualquier queja o denuncia, por mínima que sea, pues es obligación de las instituciones creer a los alumnos y protegerlos.
México.com
‘Reprobados, ¿qué me van a traer?’
Después de las dos de la tarde, sobre la calle Loma del Recuerdo, se abren las rejas color verde oscuro del Instituto Cumbres, de donde salen cientos de alumnos de preparatoria en traje y corbata. La escuela no tiene un uniforme, pero es requisito ir vestido de esa forma. Las instalaciones son de ladrillo y en la avenida se reúnen camionetas de lujo con escoltas o choferes, mujeres del servicio doméstico uniformadas y los camiones amarillos de escuela. Todos esperando a que suene la campana de salida.
La institución está a unos metros de Pabellón Bosques, en la colonia Lomas de Vistahermosa, en donde se encuentran algunos de los colegios religiosos más caros de México.
Juan y Miguel, ambos exalumnos del Cumbres, decidieron darnos sus testimonios sobre los casos de corrupción que vivieron entre 2012 y 2015.
Una práctica común, nos cuenta Juan, es llevar regalos en fechas especiales. “En Navidad, el día del maestro o el cumpleaños de un profe, comprabas una botella de whisky o una corbata Hermés. Entonces el profe pues después se tenía que ‘mochar’”.
El profesor de Historia, por ejemplo, “cada vez que iba a haber examen, yo y tres amigos le dábamos una lana y nos veíamos en el Sanborns y ahí nos daba el examen. Cada quien como 200 pesos y éramos cuatro. Eso era lo barato”, agrega Juan.
Miguel habla sobre su profesor de informática, quien al final del semestre les decía: “Reprobados, ¿qué me van a traer? Organícense”. Y ocurría. “Le llevábamos botellas de whisky, yo le llevé un Label 18 años, cinturones, corbatas. Todo de marca”. Una botella de Johnnie Walker Platinum 18 años cuesta casi 2 mil pesos en Liverpool, y una corbata Hermés, unos 4 mil en promedio.
—¿Y de dónde sacaban el dinero? —les preguntamos.
—No te creas, luego le comentabas a tus mismos papás y tu papá te daba el dinero para que lo hicieras porque pues no quieren que repruebes y que pierdas el año (…) si son como 15 mil pesos al mes, dar 2 mil o 3 mil pesos más es mejor que pagar todo el año otra vez —dice Miguel.
La colegiatura mensual en el Cumbres es de 15 mil 746 pesos y la reinscripción de 23 mil 340 pesos al año. “Muchos dicen que (esa práctica) les ayudó a aprender a negociar”, comenta Juan. “Y es verdad. O sea, nosotros fuera del Cumbres, nos ha parado la policía miles de veces y siempre sabemos librarnos, está cañón”.
México.com buscó la postura del colegio ante los señalamientos de corrupción pero éste respondió que no da entrevistas.
México.com
Un viaje a Ixtapa todo pagado… por alumnos
En otra preparatoria privada ubicada en Atizapán, Estado de México, las cosas no son muy diferentes, aunque el estrato social no sea tan alto. Llegamos justo el día en que se celebra el “Día Prepa UNITEC”. Ahí, la colegiatura oscila entre los 3 mil 600 pesos y los 5 mil, dependiendo del plan de estudios.
“Cobíjalos” es una campaña que organiza el plantel, con el objetivo de donar cobijas a instituciones afiliadas al DIF. Para participar, los alumnos tienen dos opciones: dar una cobija en buenas condiciones o comprar vales de 50 pesos que se usarán para comprarlas.
Eduardo, de 17 años, nos cuenta sobre un maestro de Redacción que se aprovechó de esta iniciativa. “Cuando terminó la campaña, seguía pidiendo dinero, por eso me enteré que se lo estaba quedando. Si lo pagabas, te daba las firmas para la evaluación continua, entonces pasabas la materia. Al siguiente cuatri(mestre), siguió pidiendo Cobíjalos y la campaña ya ni existía”, agrega. “Yo sí sospechaba desde el principio que se iba a quedar con parte del dinero. Yo di 100 pesos por firma para la evaluación continua y eran 10, o sea, le di mil pesos”.
Manuel, uno de los amigos de Carlos, nos cuenta que con cinco amigos, le pagó a un profesor para pasar la materia: “Éramos seis y le dimos 500 pesos cada quien al profe para que nos pasara. Al principio el profe no quería, pero se iba a ir a Ixtapa y entonces sí quiso”, cuenta.
Cecilia, una chica de pelo morado y varios tatuajes, menciona el caso de un amigo suyo que estaba reprobando. “Para él fue muy fácil (…) 4 mil pesos y una botella de whisky”.
Pérez García, de Redim, opina que “un chico de un escuela privada y cara está acostumbrado a comprar todo porque esa es la cultura familiar. Muchos problemas se resuelven con dinero, y ahí regresamos a la responsabilidad adulta, ¿quién le da el dinero al chico? Sus padres. Es un acuerdo familiar combinado con una cultura de ilegalidad institucional de la escuela”.
Consultada sobre la problemática de corrupción, Unitec indicó que nunca ha tenido una queja pero que en todo caso tienen un protocolo en línea para que los alumnos puedan denunciar de manera anónima.
México.com
Los libros y las obras de teatro ‘obligatorias’
“La escuela debería fungir para desaprender todas estas conductas y crear unas nuevas, como un espacio de humanidad. En vez de eso, se convierte un lugar en que solo aprendes a reproducir la corrupción”, reflexiona Camila, una chica del CCH Sur, con quien nos reunimos en su departamento para las entrevistas.
Ella está acompañada por cuatro amigos de su escuela: Martina, Sebastián, Natalia y Roberto. En su escuela se repiten lo patrones.
Camila cuenta que que un maestro les obligó a comprar “un pinche librito de 150 páginas que había escrito él y que costaba como 250 a 300 pesos, y si no lo comprabas, reprobabas”.
Natalia, una chica morena con voz suave, cuenta de su maestra de Taller de Lectura y Redacción: “nos hacía ir a obras de teatro y por cada boleto que comprábamos nos subía un punto. El boleto costaba 150 pesos”, dice, “muchos sí llegaban a comprar 4 boletos y lograr tener una calificación alta. Le daban una comisión y ella nos lo decía”.
Sebastián agrega: “Llegabas a la obra de teatro y ahí te preguntaban que qué profesor te había mandado. Eran cosas tipo Mamma Mía, que no tienen nada que ver con ninguna materia (…) ahí van apuntando nombres y ven cuánto le toca a cada profesor. Me molesta mucho porque hay gente que no lo puede pagar”.
Roberto apunta que los profesores se llevan una buena tajada. “Si ibas a todas, eran como 10 obras al semestre, mil 500 varos al semestre, pon tú, es un chingo. Y si sumas, un profe tiene 3 salones de 50 alumnos”.
Buscamos a las autoridades del CCH para preguntarles sobre las denuncias de sus alumnos pero declinaron responder.
María Aurora Ogando Sieiro, psicóloga clínica por Universidad Iberoamericana, advierte del peligro de que estos esquemas se repitan en la adultez. “En una edad tan vulnerable como es la adolescencia, en la que uno está aprendiendo cómo ser en sociedad, estos modelos de corrupción, en los que todo es muy fácil y se pueden comprar las cosas sin esfuerzo, se puede crear una falsa percepción de que es la manera de resolver las cosas”.
Éste es un artículo publicado en colaboración con México.com. Con información de Ana Warman, Saúl Hernández y Carlos Carabaña.
Deja un comentario