Llegó el momento de votar y hay que tomarlo como un acto íntimo de nuestra relación con México.
¿Vamos a votar por el que dicen que va a ganar, para formarnos en la fila de los triunfadores?
¿O por el que en conciencia pensamos que debe ganar?
¿Vamos a votar por el peor o por el mejor?
Ahí está el punto. En eso consiste la honestidad intelectual.
México no se agota en una elección, pero en seis años se le puede hacer un daño que tomará mucho tiempo en sanar.
Yo quiero votar y dormir tranquilo esa noche de domingo histórico.
Dormir tranquilo porque le habré dado mi voto al que mejor puede gobernar México.
Es todo cuanto resta por hacer: ser honestos con nosotros y con el país que nos da cobijo, familia e identidad.
Las opciones están claras.
Hay uno que de llegar a la Presidencia nos pondría en la indefinición en cuanto al rumbo económico del país.
A unos les dice que va a cancelar la reforma energética, a otros que la va a observar por un par de años, y a otros que la va a someter a referéndum.
Va a echar abajo la reforma educativa, lo que significa devolver a los sindicatos, fundamentalmente a la Coordinadora, la rectoría de la educación en los estados más atrasados.
Con ello trunca un camino histórico para brindar educación de calidad a los alumnos de las escuelas públicas, y cercena la posibilidad de emparejar la cancha para que todos compitan en condiciones similares y romper así el ciclo de la desigualdad.
La educación es la única vía seria para que los pobres salgan de pobres.
Sin reglas claras la inversión extranjera buscará destinos más seguros, ahora que los precios del petróleo se han recuperado.
Va a aumentar el gasto público sin contar con nuevos ingresos, lo que conduce a desequilibrios en las finanzas, baja en la calificación del riesgo país, créditos más caros, promesas incumplidas, búsqueda de culpables, persecución a los críticos, polarización social y política.
Ese candidato tiene el gran atractivo de presentarse como el único que quiere cambiar el sistema, aunque se ha cuidado de decirnos por cuál otro lo reemplazará.
Tiene a la lucha contra la corrupción como bandera, aunque sus compañías no son necesariamente las mejores.
Otro aspirante ha hecho de su candidatura una cruzada en contra del presidente Peña, sin más propuestas que enjuiciarlo y meterlo a la cárcel.
Es constitucionalmente inviable, pero en caso de que lo logre, además de circo ¿qué nos va a dar?
Sí ha hecho énfasis en la lucha contra la corrupción y ha explicado cómo: a través de una Fiscalía independiente del Ejecutivo que, sin embargo, hará lo que el Ejecutivo quiere: procesar a Peña Nieto.
No veo más en ese candidato, enredado de principio a fin en un escándalo de lavado de dinero que no sabemos si lo toca, por el cual la PGR ya ha congelado casi 400 cuentas bancarias.
Y otro candidato, con experiencia, una carrera limpia, conocedor de los problemas nacionales y del entorno mundial, sin odio en las venas.
Está comprometido con los valores liberales de la economía, de la cultura y de la política.
Lo postula un partido desprestigiado por los excesos de algunos de sus gobernadores y funcionarios federales, pero ese partido es diferente cada seis años, según quién sea su líder real.
Hay que optar por uno de ellos, y algunos toman su decisión en función de complicadas jugadas de ajedrez mental o carambolas de tres bandas. Muy respetables.
Otros, sin embargo, vamos a votar pensando en el mejor y no en el peor para México.
(¡Ah! Y también está El Bronco. Buen fin de semana).
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